10/31/2018

Los niños y la golondrina, una historia de Fernando Garzón

Hace mucho tiempo, casi olvidado entre los grandes acontecimientos de aquella época, sucedió un encuentro maravilloso que hoy comparto con vosotros.
A medio camino entre la historia y la fábula “los niños y la golondrina” no deja de ser un acontecimiento sencillo de comunicación entre seres vivos y al mismo tiempo, un aterrador monólogo interno del ser humano consigo mismo.

Sin más, esta historia cuenta así.


Un día, como tantos otros de aquel interminable verano, el sol ya caía dorado entre los árboles y las mesas se abarrotaban gozosas del descenso de las temperaturas con bebidas refrescantes, helados y pipas. Los juegos y chapoteos, habían dado paso a la solemnidad y seriedad de aquellos nadadores que aprovechaban estos momentos finales para disfrutar de su ejercicio. 

Todo transcurría tranquilo, hasta que unas voces infantiles dieron la voz de alarma de que algo sucedía en la piscina.

__ que asco, no lo toques!
__ se va a ahogar!
__ cogerlo, cogerlo..!!

Al girar la cabeza, enseguida pude ver que algo había caído al agua y que ese algo luchaba por su vida desesperadamente en un rincón del vaso. Todo lo rápido que se podía avanzar con el agua por la cintura, me dirigí hacia allí y pude ver que se trataba de una pequeña golondrina que había caído al agua.

Compañeras bulliciosas de trajes impecables. Pilotos excepcionales. Me maravillaba ver a las golondrinas ejecutando pasadas bajas para alcanzar el agua de la superficie o cazando insectos por los aires. Aquella, debió saltarse alguna clase de vuelo, o la necesidad le pudo, porque terminó en un lugar del que poco podría hacer para salir de allí con vida.

__ pero si eres un polluelo aún __ pensé.

La recogí entre mis manos y la saqué del agua. Los niños miraban curiosos y expectantes, pero se dispersaron igual de rápido que vinieron para seguir jugando.

La dejé junto un árbol pero pronto vi que no era capaz de volar aún y recordé que por allí también había gatos que estaban haciendo sus propias prácticas de vida, así que la volví a recoger y la contemplé durante unos breves instantes.

Todo cuanto narraré ahora, no debieron ser más que diez minutos, pero para mi mente parecieron horas.

Mientras la observaba, segundo a segundo mi mente cargaba y recuperaba toda información que podía saber sobre aves y planificaba cuanto podía hacer para ayudar a aquella pequeña golondrina a salir de aquella. El objetivo estaba claro, ayudarla.

Caminando de regreso a mi cuarto, el tema de la comida parecía sencillo, el pan con agua de toda la vida. El refugio también, le haría un pequeño nido con un brik de leche y papel. Entraba por la puerta del edificio y saltó la primera alarma, ¿cuánto tiempo tardaría en poder volar? ¿Haría ruido? ¿Me dejaría dormir?



Subí las escaleras mirándola por un huequito de mis manos, y ella me miraba a mí. No sé me ocurría ningún nombre que ponerle. Fue entonces cuando pensé en el trabajo y la cantidad de horas que pasaría sola en el cuarto, y durante un breve instante, me agobié. Pero lo primero era lo primero.

Entré a mi cuarto y tratando de dejarla en la cama, según abría las manos, “la tía loca” trató de saltar!

__ ¿pero dónde vas!? que te vas a hacer daño..__ le dije cariñosamente.

Tras conseguir que se quedara quieta en un lugar seguro, me puse manos a la obra con la lista de tareas. Cortar el brick, darle forma y rellenarlo, fue lo primero. Pero cuando traté de meterla allí, todo pasó muy deprisa.

Un salto, otro y volando torpemente iba directa hacia la ventana.

__ Cuidado Loca que te estampas!__ exclamé.

Pero no. Atravesó la ventana y mi siguiente pensamiento era verme volando escaleras abajo para recogerla ya que allí, sí o sí, había gatos. Pero no sucedió nada de aquello.

Según atravesó la ventana la pequeña Loca ni mucho menos se cayó al piso de abajo, si no que volaba y volaba sin parar hasta que apenas pude verla perderse en la lejanía posándose en un árbol.

Me había quedado petrificado con cara de tonto mientras era consciente de que ni era tan pequeña, ni que no supiera volar, ni que fuera tan loca, simplemente necesitaba secarse, y gracias al calor de mis manos y de la cama, así fue.

Seres superiores nos hacemos llamar pero poco sabemos de cuanto nos rodea, y mucho menos de cuántas jugarretas nos juega nuestra mente cuando todo es mucho, muchísimo más simple. 

Cuando creemos que las soluciones parten de nuestra prodigiosa mente, son nuestros sencillos actos los que nos sacan, más de una vez, de los líos en los que nos metemos.



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Fernando Garzón
Instructor de Yoga y Autor


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