Cuenta una historia que en las profundidades de la Casa de
Campo de Madrid habitan unos árboles centenarios finamente pulidos por uno de
sus lados. Un enigma que durante siglos ha permanecido sin respuesta.
Los que creen haberlos visto, dicen que pudieron haberlo
hecho los corcheros siglos atrás, otros que es obra de algún tipo de animal e
incluso, hay quien dice que es cosa de los elementales del bosque…, pero existe
un cuento muy antiguo que puede darle explicación a éste fenómeno, y dice así:
Érase una vez,
una comunidad de monjes que cada día, mañana, tarde y noche, salían a caminar
al bosque para llevar a cabo sus meditaciones. El abad, un hombre muy mayor de
rostro bondadoso, encabezaba estas marchas que realizaban en silencio hasta el
lugar habitual de reflexión.
Una vez allí, cada monje se sentaba junto a un árbol,
acomodando sus espaldas en ellos en estrecha simbiosis. Durante una hora, monje
y árbol se unían en una sola respiración contemplando todo cuanto sucedía en el
bosque.
Un joven monje, que hacía menos de un año que se había unido
a ellos, observó que el lateral del árbol donde se apoyaban sus compañeros
estaban pulidos de forma sublime y él pensó, que para poder hacer bien sus
reflexiones, lógicamente, necesitaba tener su árbol igual de preparado. Por
ello, al regresar al monasterio comenzó a preguntar a todos y cada uno de los
monjes cómo habían preparado su árbol a lo que todos le contestaban lo mismo, que
hablara con abad y él le daría respuesta.
Pero la juventud y las ganas de querer iniciar su carrera de
forma brillante, le llevaron a investigar por su cuenta cómo podía hacer para
que su árbol estuviera tan maravillosamente pulido y hacer así bien sus
reflexiones.
Preguntó al bibliotecario, al cocinero, al jardinero y por
último, al carpintero, pero ninguno le dio una respuesta satisfactoria. Comenzó
a pensar incluso, que no querían decirle el secreto para que su árbol luciera
pulcro y lustroso.
Sus momentos de reflexión, mañana, tarde y noche, comenzaron
a hacerse insoportables ya que al no estar pulido su árbol todo era incomodidad.
Observaba a sus compañeros en profundo silencio e inmovilidad con envidia,
mientras él no podía parar de moverse y de mirar su respaldo. Las rugosidades
de la madera, las hojas y las ramitas que se clavaban en su espalda cada vez le
resultaban más insoportables.
Pensó en abandonar.
Y así lo hizo.
Pidiendo permiso para hablar con el abad, se abandonó a la
ignorancia y a la necesidad de encontrar por sí mismo la respuesta perfecta.
_ Abad, ¿cómo puedo hacer para que mi árbol esté tan
perfectamente pulido como el suyo? Estoy convencido de que si mi árbol
estuviera así de bien, ¡mis ejercicios me saldrían mucho mejor! _ El abad, sereno y tranquilo, habiendo esperado largo tiempo a
que su compañero acudiera a su encuentro, le observó cariñosamente y le dijo.

_¿Y qué le dijo el abad?_ le preguntó el joven impaciente.
_Me dijo que con los años y la práctica, aparecería un
carpintero, un escultor muy sabio que remataría todas las imperfecciones del
árbol, y que haría que yo y él fuéramos uno solo, dejándome de importar todo
aquello ajeno a la reflexión.
_¿Y tardó mucho en venir abad? _ volvió a preguntar.
_A unos más y a otros menos, pero siempre aparece joven
compañero. El día menos esperado, al finalizar tus ejercicios y levantarte del
suelo, el tallador habrá venido y tu respaldo lucirá bello y maravilloso sin
que te hayas dado cuenta.
_Gracias abad. Estoy deseando salir de nuevo a disfrutar de
mis ejercicios.
Instructor de Yoga y Autor
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